lunes, 20 de junio de 2022

LO IMPORTANTE #relatocorto by Charitín

    Amanecía un nuevo lunes, despertador demasiado temprano, prisas, niños, estaba deseando que llegara de nuevo el viernes, aunque en realidad no había desconectado gran cosa el fin de semana; últimamente los problemas se amontonaban uno encima del otro como si quisieran construir una muralla infranqueable y su cabeza sólo podía pensar en ellos.

   Raúl ya había dejado a los pequeños en el colegio y a su mujer en el trabajo. De nuevo el infernal atasco de primera hora de la mañana donde todo el mundo sacaba lo peor de ellos mismos.

   Antes de llegar a la oficina, tenía que solucionar otro tema: el aire acondicionado se había roto y el calor de los últimos días habían vuelto prioritario arreglarlo. Así que tuvo que volver a casa y esperar al técnico de una empresa de confianza que siempre estaba para estos pequeños desaguisados.

   Y llegó Blas, con su gran altura y una enorme sonrisa, contagiando energía positiva. Era de esas personas a las que da gusto ver siempre, porque sabes que cuando termines de estar con ella te vas a sentir mejor. Les llamo “personas luz”. Rondaba los cincuenta y cinco, pero aparentaba bastantes años menos por su forma de ser. Siempre dicen que la edad es la que nosotros queremos tener. En el caso de Blas, era cierto. En cambio Raúl, había envejecido mucho últimamente, sus canas por estrés, sus dolores de estómago, su falta de ejercicio físico y sus preocupaciones, lo habían provocado.

   Blas se quedó en la casa y prometió tener todo resuelto para la hora de comer. Raúl se marchó al trabajo y volvió a mediodía a firmar el albarán y liquidar la deuda del arreglo. Pero Blas aún no había terminado, se le habían juntado una serie de incidentes que para ser lunes, hubieran desesperado a cualquiera: se le había estropeado la batería del taladro y su furgoneta no le arrancaba tampoco, por lo que había tenido de perder más tiempo de la cuenta, yendo en autobús a sustituir la herramienta para poder cumplir su promesa de tener el trabajo a mediodía.

   Se hicieron las cuatro de la tarde y por fin logró terminarlo. Raúl tenía que volver a la oficina, y la furgoneta de Blas seguía sin arrancar, así que se ofreció a llevarlo a casa.

   Durante el trayecto, hablaron mucho, bueno, más bien a Raúl le sirvió de terapia, le contó sus problemas y sus constantes preocupaciones por cosas que habían ocurrido y, sobre todo, por lo que podía ocurrir si todo se torcía más. No salía de ese bucle desde hacía meses.

   Llegaron a la vivienda de Blas. Sonrió, le dio las gracias y le invitó a que se bajara un momento del coche. Raúl le dijo que admiraba su templanza de cómo después de los incidentes del día no se había alterado y de cómo llegaba a casa con una sonrisa.

   Blas le dijo: - ¿quieres conocer mi secreto?

   Le llevó hasta un gran árbol que había en la entrada de su casa, lo tocó, respiró profundo y comentó: - Es inevitable tener problemas cada día, preocuparnos por lo que pasará, angustiarnos por no poder cumplir a tiempo, pero eso no es importante, Raúl. Lo importante en esta vida es saber que lo importante es lo más importante. Y lo “importante” no es lo mismo que lo “urgente”. Así que cuando aprendas a diferenciarlo, lograrás la paz. Cuando vengo cargado de problemas, toco este árbol que tengo en la entrada y me descargo de ellos. Lo “urgente” lo dejo aquí, en la puerta. Lo “importante” es lo que tengo al otro lado, mi familia, mi vida, mi tiempo, mi paz. Así que no permito que lo “urgente” contamine lo “importante”. Cuando mañana salga de nuevo a trabajar, volveré a retomar lo “urgente” pero ya no me lo parecerá tanto, porque habré disfrutado y valorado lo “importante” y tendré energía positiva de sobra.



   Raúl le dio un enorme abrazo y susurró el “gracias” más sincero que había pronunciado en su vida mientras se le ponían vidriosos los ojos.

   A partir de entonces, todo cambió, Raúl otorgó la importancia justa a cada problema, valoró lo que tenía y relativizó lo que no. Se concentró en cada momento en lo que estaba haciendo, sin anticipar desastres ni preocupaciones que la mitad de las veces no sucedían. El no tenía un gran árbol en la puerta de su casa, así que colocó un felpudo nuevo que decía: “Hoy es un buen día para sonreir” y se descargaba en él cada día.

   Qué queréis que os diga…desde entonces, dicen que hasta se ha quitado años...

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